ALUCINEMA | Cine en Argentina | Crítica de Mi mejor amigo de Ferit Karahan | estrenos

Vigilar y castigar con 35 grados bajo cero

Se estrenó "Mi mejor amigo", película del turco Ferit Karahan que simboliza en un colegio de niños pupilos el sojuzgamiento del pueblo kurdo.

Para ubicarse en el escenario que nos plantea el realizador turco Ferit Karahan alcanza con mencionar uno de los datos de contexto que filtran los personajes de “Mi mejor amigo”: 35 grados bajo cero de temperatura.

El frío helado que soportan los personajes de “Okul T?ra??”, la película que acaba de estrenarse en Argentina (cuya traducción literal del título sería “Afeitado escolar”), funciona como eje conceptual de un relato centrado en el castigo a los más débiles: los niños pupilos de un colegio enclavado en medio de la nieve y la desconexión del resto de la sociedad, una cárcel en la que el trato a los menores parece anclado en otra era, en un pozo ciego de desprecio y autoritarismo.

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Memo (Nurulla Alaca) sufre el castigo de un docente que en respuesta a una travesura  lo conmina a él y a dos de sus amigos a ducharse con agua fría. Con 35 grados de temperatura allá afuera.

Al día siguiente Memo amanece inconsciente, sin fiebre pero sin reacción. La alarma se enciende entre los docentes y luego en el inútil del director del establecimiento, un hombre al que se le escapa casi todo lo que sucede en el lugar que regentea y que no consigue salir del lugar por la nieve que abarrota los caminos. Y la ambulancia no llega.

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Fent Karahan presentó su película en el Festival de Berlín de 2021 y se llevó el Premio Fipresci, también el Premio del Público en el Festival de Valencia, quizá por lo directo de la denuncia, quizá por la empatía instantánea que se genera desde este lado de la pantalla con Memo y también con Yusuf (Samet Yildiz), el amigo que lo socorre (y que parece guardar un secreto sobre la situación).

Se trata un film pequeño en su estructura y relato pero que le alcanza con lo que muestra como para establecer un retrato de lo que es hoy ser kurdo, con la mochila de haber sufrido un genocidio, persecuciones y ser minoría en cualquier lugar que habite. Memo es el pueblo kurdo, su amigo también; mientras que la institución escolar y sus métodos retardatarios grafica de forma simbólica y en acción la violencia física y psicológica, el poder y su garrote.

No es casual que en más de un pasaje (en alguno de forma explícita, en otros a través de conexiones conceptuales) aparezca el recuerdo de Los 400 golpes de François Truffaut, más puntualmente Antoine Doynel de Jean-Pierre Léaud, el niño que escapa de su casa para gozar de momentos de risas y libertad, cosas que no encuentra en su hogar.

Memo es el pueblo kurdo pero también Afganistán, los encarcelados de Guantánamo, los desaparecidos de Argentina, los civiles de Ucrania. El mensaje final de Karaham, en tanto, vuelve más agudo aún el dolor del sojuzgado; hace carne el estado en apariencia terminal del niño inconsciente y lo replica en su amigo, que en silencio soporta el castigo que se repite en él como en las otras víctimas de un sistema que funciona en loop bajo los parámetros de la vigilancia, el castigo y el sostenimiento del privilegio de quienes mandan.



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