Luis Mey: "Sin las sucesivas capas de escritura no soy nada"
El escritor argentino charló con Infonews sobre “Curabichera”, novela recientemente editada por La Crujía que narra la desquiciada vuelta al barrio de un muchacho solitario y, por múltiples razones, impredecible.
El prolífico escritor Luis Mey vuelve al ruedo con Curabichera, una novela perturbadora que, en el juego a veces caprichoso de los géneros, podría situarse en la frontera del policial y terror. Aquí, el protagonista es Martiniano, un muchacho enigmático que vuelve al barrio de su infancia tras las muerte de su abuela. Mientras se acomoda en la casa que dejó su familia e intenta retomar la escritura (oficio con el que se gana la vida y tiene cierto reconocimiento), empezará a ser acechado por fantasmas del pasado. Lejos de amedrentarse, Martiniano les presentará batalla; saldrá en busca de explicaciones (tal vez) tardías e irá forjando una nuevo presente, donde la reaparición de los amigos del barrio tendrá una influencia decisiva. Editada por La Crujía, Curabichera parece estar escrita desde la misma desmesura que se apodera de su protagonista.
Infonews conversó con Mey, autor de Las garras del niño inútil, La pregunta de mi madre y Los abandonados, entre otros libros, sobre su flamante novela.
Infonews: -¿Cómo fue el proceso de escritura de Curabichera?
Luis Mey: -Caótico, como todo lo que parezca proceso, o un plan artístico, que verá que, detrás de todo sujeto con plan, hay un humo que le sale de fondo, una farsa, o tal vez aquel que considere plan como algo flexible, no lo sé. Tal vez mi plan es eso: una cosa que se metamorfosea y pasa de plan a otra cosa, donde el susto está, en todo caso, en sostener la palabra en su más pura esencia. En fin, la escribo, como siempre, desde un principio fundamental: desde el error, desde donde puedo, desde el momento de escritura más que de la idea. Escucho al eureka y lo desoigo ni bien arranca la máquina para que, precisamente, la idea fluctúe. El sujeto y la idea que se iniciaron, yo y la cosa, no son los mismos en la última escritura. Sin las sucesivas capas de escritura no soy nada. Puedo escribir textos sorpresivamente más tontos que los que efectivamente publico.
In: -Un concepto central que atraviesa la novela es el de cofradía, la idea de que la pertenencia a un grupo puede empujarte a hacer cosas que individualmente nunca harías; ¿coincidís con esta apreciación? ¿Lo pensaste así?
LM: -Coincido profunda e ideológicamente con eso: nadie crece solo. En ninguna clase social. Y es pura teoría del martillo: puede ser usado para construir o para destruir. Lo pensé o lo fui olfateando útil así para la novela, también, donde lo colectivo mal usado y la individualidad mal usada construyen un desastre tal, sin spoilear, como el de la novela. La exhaustiva soledad del personaje tal vez persiga algo del amor líquido de Bauman, o la conciencia de que ya no hay nada que hacer al respecto, que las relaciones como las conocemos ya no son, o son intangibles, incluso, del todo fantasmales, y ni hablar si nos referimos a la familia. Por eso, entre otras cosas, su vuelta a la naturaleza, la unión ontológica sobre los vínculos del sujeto en cuestión se gesta por medio de esa nueva familia: las ratas de la zona, de la General Paz, de la Panamericana, esa triple frontera que actúa, para todo en la trama, como Triángulo de las Bermudas.
In: -¿Cómo trabajaste en la novela con los elementos fantásticos, con la senda sobrenatural? ¿Te basaste en creencias populares, en anécdotas que circulaban en tu familia o en otro ámbito?
LM: -Pienso o sospecho también que todo lo popular, lo verdaderamente popular, es pura creencia; una redundancia, o un pleonasmo, tal vez, la idea de creencia popular. Nada que sea libre como creencia sobrevive al ataque de lo sistémico. Lo roban, lo apropian, le cambian el nombre. La cultura romana desde la griega, el santo de tal gente estandarizado en estampitas de la iglesia. Nada queda verdaderamente libre. Y seguramente el expropiador grite mucho la idea de libertad. Pero sí, la senda sobrenatural de la novela existe, es contundente, algo asquerosa, pero necesita de hechos terroríficos ordinarios, una violación, la pérdida de una propiedad, el desempleo más grotesco, la llegada de las drogas al barrio, la delincuencia como salida a la desesperanza, los accidentes (y la novela, por la zona geográfica, su leviatán, los tiene en cantidades). Todo eso construye el camino hacia lo verosímil del fantástico, donde tal vez el lector respire, castigado por tanto mal sobre lo tangible. Y también, sí: todo lo que escuché por ahí, todo lo que leí por ahí, todo procesión que miré por la ventana fue a parar a la novela, pero deforme, caleidoscópico. Los mismos vidrios, otra posición.
In: -¿Cuando escribís, hay algún momento puntual en el que pensás en el lector o nunca lo hacés?
LM: -Es la dualidad del autor: todo el tiempo y nunca. Su mejor paradoja. El autor de la botella, el autor de la carta, el autor de la marea, el autor del rescate, el autor de la isla.
In: -Volviendo a Curabichera, ¿qué te da la primera persona que no te proporciona, por ejemplo, la tercera?
LM: -Hace años que escribo mucho en tercera, solamente que todavía no se publica. Casi todos los cuentos que escribí están en tercera, y ahora tienen una chance, parece. La primera me da que puedo jugar con el error del personaje, su frustración equivocada, lo que no revisa, lo que no amplía, y fundamentalmente me permite indignar al lector con lo que no repasa el personaje, con lo que debería. Ante el grito del lector al personaje, que por favor vaya a terapia, por ejemplo, este sujeto hace caso omiso por la sencilla razón de que no los escucha. La primera persona, por lo tanto, me da eso: la posibilidad de indignar al lector, por más que le grite lo que quiera al sujeto. Con la tercera tengo una relación más armónica: sé que el omnisciente literario no tiene nada que ver con el omnisciente religioso. Lo sabe todo, pero no lo dice, por lo tanto, tal vez, no lo sepa todo, pero con lo que sabe puede armar su broma, su ironía sobre la existencia.
In: -¿Cómo nació la idea de los consejos, o más bien reglas literarias, que compartís sistemáticamente en Instagram?
LM: -Ni reglas ni consejos, apenas migajas de lo que fui encontrando en el camino, cosas de las que me di cuenta que, de todos modos, conformó apenas esto, un calvo que tipea, y que no pide más que eso. Pero sí, tiene algo de raíz, pero pueden ser mil cosas: la inutilidad de las redes sociales, tal vez, el aportarles algo que no sea solamente control de pensamiento, discurso del odio. En ese sentido no son para nadie, son contra alguien, contra todos aquellos que saben el mal que están haciendo. O David contra Goliat, pero me gusta esa pelea. Andar así por la vida. Porque, de todos modos, como dice el gran Ariel Magnus, ganar es de perdedores.
In: -Finalmente, teniendo en cuenta tu pasado como librero, ¿cuál fue el libro que más recomendaste?
LM: -Me divido entre tres. De ratones y hombres, de John Steinbeck; La asesina de Lady Di, de Alejandro López y, por último, Las aventuras de un psicópata, de Eduardo Campilongo.
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