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Los negocios sucios de la dictadura en foco como nunca

Puede verse en cines “Azor”, ficción que desde el punto de vista de un banquero suizo bucea en las “otras” apropiaciones de los genocidas: los bienes de sus víctimas, viviendas incluidas.

La niebla de muerte y terror que cubrió a la Argentina entre 1976 y 1983 fue tratada en el cine argentino a lo largo de múltiples largometrajes y cortos, de ficción y documentales, en su inmensa mayoría con la mirada dirigida a los secuestros, las desapariciones, la tortura y los diversos pasillos del horror por los que transitó el terrorismo de Estado

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El último 24 de marzo, a 46 años del golpe militar que inició esa larga noche, se estrenó en los cines de nuestro país “Azor”, primer largo del realizador suizo Andreas Fontana, quien conoció la Argentina a los 12 años a través de los viajes que realizaba al país junto a su padre.

Azor en dialecto francés significa “cuidado con lo que decís”, y el film de Fontana la clava en el ángulo desde el minuto cero a través de silencios, diálogos brillantes en casi todos los pasajes y una cámara al pie del cañón que porta el tipo de plano que hace falta en el momento que hace falta. 

"Azor", entre sus numerosos méritos, incluye el hecho de no contar con estrellas, de no sumar en su elenco nombres que corran la atención de lo que está pasando. No hay un "famoso haciendo de"; hay buenas interpretaciones en todos los roles centrales y la ausencia de caras referentes del cine nacional le juega a favor a una trama que camina por senderos no recorridos por la filmografía de la patria ni tampoco por ninguna otra que se haya acercado al genocidio argentino al menos desde la ficción.

El banquero que visita la Argentina en 1980, Yvan (Fabrizio Rongione), lo hace con el fin de tomar el lugar de su socio, de quien poco puede averiguar cuando llega a Buenos Aires, aunque todos aquellos con quienes se cruza le aseguran que "no está" y que no se supo nada de él. "No se preocupe que no va a volver", le dicen también.

En ese contexto de detenciones arbitrarias en las calles y la constante presencia del lugar vacío dejado por los y las ausentes, Yvan dialoga en diferentes escenarios (fiestas privadas, reuniones en hoteles y hasta algún hipódromo) con militares, curas, empresarios y otros represores o cómplices de diversa calaña. En su derrotero, siempre, aparece la necesidad del usufructuo, de la intervención del banco suizo que oficia de facilitador de soluciones, de darle legalidad y papeleo a la mugre de los asesinos.

Entre los múltiples elementos que grafican el denso, tenebroso clima dictatorial que plantea Andreas Fontana, aparecen frases de puntillosa brillantez como la que dispara una de las protagonistas laterales del relato: "Tiene que conocer el Río de la Plata... es como un océano", dice y de inmediato la frase se tiñe de sangre y agua mugrienta, de cuerpos dormidos hundiéndose en la espesura tras caer de alguno de los aviones desde los que se arrojaron cuerpos de detenidos desaparecidos. 

El trágico nudo de "Azor", sin embargo, ese "cuidado con lo que decís" que se revela al promediar la narración, es el de las "otras" apropiaciones de los represores: las de los bienes, de las posesiones. Porque, ya se sabe, más allá de los secuestros, las torturas, las desapariciones, los fusilamientos, los cuerpos tirados al río, los bebés apropiados, los genocidas robaron a mano armada durante los 6 años que gobernaron el país. Los jerarcas firmaban y los grupos de tareas hacían con sus manos el trabajo sucio, que entre otras cosas implicaba robarse todo lo que había en las casas de las víctimas. Y también quedarse con esas mismas casas.

"Azor" ya es, por su otredad, un film clave para entender lo que sucedió en la Argentina de la dictadura (cívico-eclesiástica-mediática-empresarial) militar. También lo es por cómo recorre ese otro camino, por su rigor narrativo, por todo eso que hace que unx siga apostando al cine para contar, ver, repasar la historia.



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